Vivimos tiempos distópicos, de macabra película de ciencia ficción, con situaciones ciertamente inimaginables hace tan solo unos meses. La pandemia y el confinamiento, la imposición de la ‘distancia social’, la ‘nueva normalidad’ a la que nos acercamos y tantos otros nuevos eufemismos ahora impuestos por la emergencia sanitaria, han cuestionado nuestro modelo social y de convivencia.
El decreto del Estado de Alarma, sin embargo, introdujo en esta nueva realidad un término especialmente ajustado, que no requería de rodeo ni ambigüedad calculada alguna, tan vigente antes como ahora más si cabe, el de los sectores ‘esenciales’. Con esa figura jurídica, el Gobierno se ha referido a aquellas actividades que, sí o sí, eran irrenunciables para subsistir y evitar que la crisis sanitaria degenerase en pánico o incluso en caos. Me refiero, claro, al mantenimiento del sistema de atención sanitaria primero y, junto a otros tantos más, a la preservación de la cadena alimentaria.
El Estado de Alarma ha obligado a muchos a reparar en la importancia de lo que va primero y es más básico. Asegurar el suministro alimentario, en estas circunstancias, tanto en España como en toda Europa y más aún en un sector con una demanda al alza como ha sido el nuestro –el citrícola- ha sido todo un reto por cuya consecución, pero ahora que la campaña empieza a tocar a su fin en el campo (no así en la comercialización), podemos sentirnos orgullosos. Hemos pasado, seguimos pasando, una prueba de fuego que espero se recuerde y se reconozca durante mucho tiempo porque, ciertamente, ha sido meritorio.
Los agricultores
Han sido muchas las trabas que se han logrado superar en cada una de las fases de la cadena y en todas, la reacción, pese a la adversidad, ha sido excelente. Los citricultores, un colectivo especialmente envejecido y por ello crítico ante la amenaza del coronavirus, siguieron trabajando de la mano de sus ingenieros para mantener en perfectas condiciones sus campos. Quizá ha sido –al menos seguro que por esta vez- el más beneficiado por la fuerte reactivación de los precios que se ha producido en origen a raíz del repunte del consumo de naranjas en toda Europa. Efectivamente, las cotizaciones para las variedades de media estación y tardías, desde mediados de marzo, se han disparado en porcentajes con entre dos e incluso tres dígitos sobre las mismas fechas de la pasada temporada.
Los recolectores
Los recolectores, por su lado, aguantaron el envite de la crisis y no solo asumieron los posibles riesgos derivados de mantener la actividad, sino que en no pocas ocasiones sufrieron la incomprensión y las dudas de la Administración cuando comenzaron a aplicarse las restricciones a la movilidad. La dispar interpretación que durante algo más de una semana hicieron las autoridades y los agentes de la policía o la Guardia Civil sobre la modificación del RD que declaró el Estado de Alarma –que prohibía los desplazamientos con acompañantes en los vehículos, salvo en determinadas condiciones- llegó incluso a amenazar, durante aquellos convulsos días de la segunda quincena de marzo, con interrumpir el suministro a los almacenes. Por las mismas supuestas infracciones, en cada municipio, en cada región o según qué cuerpo policial, se daba una reacción dispar y fueron demasiadas las multas que se propusieron. Denuncias que, confiamos, se queden en eso, en propuestas. Con menos plazas a poder ocupar, se obligó a muchos más desplazamientos, a fletar autobuses, microbuses o furgonetas.
Cuando comenzaron los preparativos para el arranque de otras campañas de cultivos estacionales –como la fruta de hueso, el espárrago o los frutos rojos- la citricultura no sufrió las consecuencias del cierre de fronteras europeas y de sus Estados miembros y de la consecuente falta de mano de obra inmigrante. Es la ‘ventaja’ de un cultivo como el nuestro, cuyos trabajos empiezan a finales de septiembre y se prolongan sin interrupción durante los nueve meses siguientes, hasta junio o julio. Nuestro sector no tiene que recurrir a la contratación en origen porque los ‘collidors’ ya viven y están integrados en las regiones citrícolas.
En el almacén y en las carreteras
La campaña gubernamental #yomequedoencasa caló en una opinión pública en estado de shock creciente, conmocionada por el parte diario de muertos. El lunes, 16 de marzo –sin embargo y tras entrar en vigor el Estado de Alarma- el absentismo en los almacenes de confección se acercó a cero. Demostramos que nos merecíamos, pese a la incertidumbre del momento, la mención de ‘esenciales’. Fueron semanas muy tensas. En el momento de máximo repunte de las ventas en el mercado doméstico, cuando ya se veía venir el confinamiento obligado en las casas, la DANA interrumpió la recolección durante no pocas y sí críticas jornadas. Cuando la tensión comercial se proyectó al resto del continente y el afán ciertamente acaparador de cítricos se propagó al resto de Europa, las lluvias volvieron a hacer acto de presencia.
Había que garantizar el suministro, lograr que los lineales de naranjas y mandarinas –que muchas veces se vaciaban al final de la tarde en los súpers de Alemania, Holanda o Bélgica- volvieran a reponerse a la mañana siguiente. En aquellas fechas, al primer cierre de fronteras de Italia, le siguió el de España y, por efecto dominó, los controles sanitarios por todos los pasos interiores de Europa condicionaron la circulación de mercancías. Nuestro Gobierno fue de los primeros en reaccionar y –esta vez sí- supo regular las necesarias excepciones en los tiempos de descanso, tránsito en fines de semana o nocturno de los transportistas e incluso facilitó que las cabinas de los camiones se pudieran turnar dos conductores para aligerar los trayectos. La sucesión de bloqueos, de retenciones en algunas vías y sobre todo de colas kilométricas en muchos pasos, de manera cada vez más frecuente conforme se generalizaban las medidas de cuarentena nacionales, nos hizo mover pieza.
Así, de la mano fundamentalmente de la Federación Española de Asociaciones de Productores Exportadores de Frutas y Hortalizas (Fepex), solicitamos por carta, a través de la patronal europea de la que ambos somos integrantes –Eucofel- que las medidas aplicadas por nuestro país se extendieran al resto y que se facilitasen de facto corredores seguros para perecederos. Otras asociaciones agrarias y de transportistas de ámbito europeo se sumaron a esta petición y finalmente, gracias a la mediación de la Comisión Europea, la situación comenzó a normalizarse en las carreteras a mediados de abril.
Los camiones han salido durante todo este tiempo hacia los puntos de distribución y venta esquivando como buenamente han `podido tanto impedimento, pero, dada la inactividad económica en los puntos de destino derivada de la crisis, han vuelto vacíos, sin carga que traer a España a causa del cierre de la industria europea. Y ese sobrecoste, como el del transporte de recolectores, también lo han tenido que asumir los exportadores.
En los almacenes de confección, por su parte, este ritmo frenético y las disrupciones propias de una situación tan anormal se dejaron sentir. Y mientras tanto, de forma acelerada y sufriendo la misma carestía de EPI’s que afectaba al propio sector sanitario, se fueron implantando las medidas de bioseguridad requeridas por los protocolos para minimizar el riesgo de contagio. El trabajo conjunto con los servicios de prevención de riesgos laborales permitieron aplicar con la máxima celeridad las medidas sobre distancias requeridas entre los empleados de los almacenes, de higiene personal y de desinfección constante de las instalaciones y de los propios trabajadores a la salida y a la entrada… Pero todo ello, en un momento de máxima agitación comercial, reducía evidentemente la productividad. Con menores rendimientos y riesgo de contagio, los turnos se tuvieron que multiplicar, se trabajó en fines de semana, se prolongaron jornadas, más horas extra… Todo con tal de satisfacer la demanda. La respuesta fue ejemplar.
Toda crisis tiene su reverso y en esta dramática situación, por lo menos hemos visto con satisfacción cómo la naranja se revalorizaba. Cuando la amenaza se ha tornado en pandemia infecciosa, los europeos han vuelto a apostar por la sabiduría popular, por el conocimiento más asentado y reconocido ampliamente entre la Ciencia –la escrita con mayúsculas- y han vuelto a resituar al zumo en el desayuno y a la naranja en un lugar prioritario del frutero de la cocina. Los cítricos no nos hacen inmunes a este coronavirus, aunque empieza a haber literatura científica que así empieza a sugerirlo. Tampoco hace falta que lo haga, sabemos que son frutas que –en época de confinamiento- tienen una mayor vida comercial y que, desde siempre, han contribuido a reforzar nuestro sistema inmunológico.
El mercado ha permitido en esta ocasión remunerar de manera sobresaliente el esfuerzo de los citricultores. Con todo, pese a este fuerte incremento de los precios en el campo, pese al espectacular aumento de los costes en el transporte para la recolección, en los almacenes para evitar los contagios y en el transporte internacional (por la falta de actividad), los precios de venta al público prácticamente no han subido. Lo han hecho unos cuantos céntimos en Europa y muy poco, casi nada más bien en España. Ahora que tanto se cuestiona la cadena de valor de las frutas, el fenómeno debiera merecer una reflexión, tanto a las autoridades nacionales como fundamentalmente a las europeas.
Inmaculada Sanfeliu
Directora General del Comité de Gestión de Cítricos