A estas alturas ya están dichos todos los tópicos y han surgido innumerables iniciativas para reconocer al conjunto del sistema agroalimentario y a cada uno de sus agentes por separado. A nadie se le escapa que sin una respuesta como la dada por todos los que hacen que podamos comer, y con todas la garantías, todos los días, el problema sanitario se habría convertido en un problema social infinitamente mayor.
No obstante, creo que no somos conscientes de la hazaña lograda como profesión, y qué mejor que el blog de una escuela que forma a los futuros ingenieros agrónomos mediante un máster que otorga la visión holística para destacarlo.
Bajo mi punto de vista, la función de planificar y de garantizar la seguridad alimentaria –en sus vertientes cuantitativas y cualitativas– que ha realizado la ingeniería agronómica desde su origen como profesión y ha ido consolidando en ambas acepciones con cada una de las grandes crisis/desastres/guerras que hemos atravesado, es nuestra principal seña de identidad. Sin ninguna duda, somos una profesión que ha crecido con la adversidad, porque tenemos una marcada sensibilidad social y medioambiental, lo que también nos hace menos fastuosos en la materialización de nuestras acciones, más sensatos en el empleo de recursos y tremendamente resolutivos.
Por otra parte, esta crisis nos ha desvelado claramente las dos facetas de nuestro ejercicio profesional: hacer y gestionar. Las dos caras de la misma moneda. Sin una de ellas, ni está la otra ni existe la moneda. Es decir, la ingeniería agronómica es la moneda, y la gestión y el diseño de soluciones, cada una de las caras.
Si ligamos estas dos ideas, es fácil entender que nuestras funciones como profesión van oscilando armónicamente en el tiempo entre el “hacer” y el “gestionar”; actualmente estamos en un máximo absoluto de nuestra labor como gestores. Porque conseguir que las infraestructuras para la producción –suministro de agua, transporte y energía– no paren por nada; garantizar la sanidad vegetal de nuestros cultivos para que ninguna plaga, enfermedad o fisiopatía se lleve por delante una producción vital para la población europea; y asegurar una óptima nutrición vegetal y animal para que las producciones sean viables económica y ambientalmente hablando, son ámbitos de nuestra responsabilidad.
Porque conseguir que la industria agroalimentaria no se detenga por ningún imprevisto, que sus instalaciones no paren ni un segundo y que se mantenga la garantía sanitaria y calidad de sus producciones es cosa nuestra. Y que las distribución y sus infraestructuras permitan que los alimentos producidos lleguen a nuestras mesas también depende de nuestra esmerada dedicación. Porque somos los ingenieros de este complejo sistema que no solo garantiza que todos podamos comer alimentos seguros y saludables, sino que además, que estos sean accesibles para toda la población, es decir, mercados suficientemente abastecidos, próximos a la ciudadanía y a precios estables.
De esta crisis debemos aprender todos y recordar aquellas cuestiones que nos hacen mejores y más resilientes. No debemos olvidar que la trasversalidad del Máster en Ingeniería Agronómica permite conocer el conjunto del sistema agroalimentario en el que la mayoría trabajará, porque sin un conocimiento global solo se es actor de lo local. Al igual que no se debería descuidar nunca nuestra ambivalencia para poder ajustarnos a las necesidades de cada momento ni dejar de reivindicar una conjugación sostenible entre el “hacer” y el «gestionar». “Be water, my friend”.
José Carbonell Castelló