Enrique Hernández, catedrático de Microbiología en la Escuela, nos dejó el pasado año 2021. Él ya no está con nosotros, pero su legado permanecerá para siempre en la Escuela y en la ciencia.

Desde la EAMN UPV, hemos hablado con su hijo, Manuel Hernández, también profesor de la Escuela, que hoy ejerce su profesión en el mismo despacho que ocupó su padre.

Manuel, tu padre fue pionero en Microbiología, alcanzó grandes logros y éxitos como todos ya sabemos. ¿Influyó su pasión por la investigación en tu decisión de elegir tus estudios?

Totalmente. Desde que tenía pantalones cortos, mi padre me llevaba con él al “Poli” los fines de semana y mientras él acababa algún experimento, yo trasteaba con el microscopio, la lupa y la pizarra. Me fascinaba lo que aquellos aparatos me permitían observar y lo grafiteaba luego en la pizarra del laboratorio de prácticas. Era la envidia de mis amigos al poder hacer cosas divertidas y distintas a las de los demás niños de mi edad.

¿Te daba consejos o te ayudaba a mejorar cuando eras estudiante?

Constantemente. Por ejemplo, sabía lo importante que era saber otro idioma como el inglés para la divulgación del conocimiento científico y me transmitió la necesidad de formarme en el extranjero. Me convenció para estudiar un máster y doctorado en la Universidad de Surrey, en Inglaterra y hoy creo que es la mejor experiencia vital que he tenido y se lo debo a él.

¿Llegaste a compartir profesión con tu padre en la Escuela?

Sí. Durante mis primeros 12 años en la Escuela. Al principio, compartía docencia con él. Fue una gran ayuda para mí, pues él impartía los temas que yo encontraba más complejos, como el metabolismo microbiano y me dejaba los más fáciles. Aparte, como investigador, me enseñó a gestionar proyectos de investigación y a saber interpretar un resultado microbiológico.

El profesor Enrique Hernández, en el mismo laboratorio donde posa Manuel Hernández en la foto de cabecera de este artículo

¿Cómo era vuestra relación en el ámbito profesional?

Muy buena. Me trataba como uno más. Nunca me dio ningún privilegio frente a mis compañeros. Además, se encargó de formarme de la mejor manera posible, llevándome con él a visitar muchas industrias agroalimentarias, transmitiéndome sus conocimientos y experiencia a la hora de resolver problemas en el campo de la microbiología de los alimentos e industrial.

Grandes personalidades de la ciencia relacionadas con la Escuela como Eduardo Primo Yúfera o Vicente Conejero hablan de tu padre con gran respeto y admiración.  ¿Cómo era su trabajo como docente?

Era un gran comunicador, un libro abierto, un sabio. Lograba transmitir innumerables experiencias personales en el ámbito de la tecnología alimentaria y eso lo valoraban mucho sus alumnos, que llenaban las aulas de sus clases, incluso los pasillos de las mismas.

¿Y en sus relaciones personales?

Era una persona muy amable, respetuosa, cariñosa y cercana. Incluso con sus alumnos por los que se preocupaba. Un profesor de esta escuela, antiguo alumno suyo hace muchos años, me contaba que mi padre acercaba a varios de ellos en su coche a su colegio mayor después de sus clases a última hora de la tarde. Tenía una gran calidad humana.

¿De qué logro crees que él se sentía más orgulloso?

De haber sido pionero en el campo de la microbiología aplicada, de abrir caminos útiles para la industria de alimentos al desarrollar líneas de investigación novedosas, implantar métodos rápidos de control microbiológico, formar personal cualificado y controlar sus procesos de fabricación.

¿Cuál crees que ha sido su mayor aportación a la Escuela y en general a la formación de los futuros ingenieros?

Creó escuela, dejó huella al inculcar en muchos alumnos y discípulos suyos, que hoy se dedican a la docencia o a la investigación, el amor a lo que más le gustaba, la microbiología.

¿Cómo te gustaría que se recordase a tu padre?

 Como una magnífica persona y un excelente maestro.

¿Y cómo le recuerdas tú?

 Como un referente, un ser maravilloso tanto como profesional, como persona y como padre.