Si hace tres meses, alguien nos hubiera dicho que un virus iba a destrozar nuestra rutina diaria, le hubiéramos tildado de loco. Todo comenzó como otra exótica noticia proveniente de China y se ha convertido en una terrible pesadilla.
Lo que nuestras autoridades no consideraron en un principio más que algo similar a una gripe, ya lleva a fecha de hoy cobradas la vida de más de 26.000 españoles y va a destrozar nuestro sistema económico.
Cada uno de nosotros nos enfrentamos hoy a un futuro personal y laboral muy incierto. Y todo por una triste dualidad: un virus con unas capacidades biológicas relevantes y unos políticos (gobierno y oposición) incapaces de reconocer errores y darse cuenta de que si no arrimamos todos el hombro saldremos más tarde y mucho más dañados de este atolladero. Pero lo peor no es el daño acumulado, lo peor es lo que queda por pasar.
No sabemos la tasa de mortalidad real de este virus, gente infectada hace tres meses en China ahora no tiene anticuerpos, no hay un tratamiento eficaz y, con mucha suerte tardaremos, digan lo que digan los optimistas, más de un año y medio en tener una nueva vacuna. Con este panorama, ¿cómo va a afectar esta pandemia a nuestro sistema agroalimentario?
Quien diga que sabe lo que va a pasar, creo que miente. En estos momentos, lo único que tenemos enfrente es incertidumbre. En épocas de incertidumbre, como comentaba el otro día el Profesor José Antonio Boccherini, director de la escuela de negocios San Telmo, más que hacer, hay que plantearse cómo actuar, en otras palabras, hay que prepararse para lo que viene. Y lo que viene en el sector agroalimentario es confuso, aunque hay datos relevantes.
No hay duda de que los próximos meses veremos muchos hogares empobrecidos, sobre todo, hogares de jóvenes. De esto ya sabemos por crisis anteriores. También veremos una prudencia en la compra, poca gente despilfarrará sabiendo lo que estamos pasando. Probablemente, la proximidad del comercio de barrio se perciba como algo más seguro y un sector al que debemos de ayudar entre todos. Pero frente a ello, el consumidor pondrá en la balanza la búsqueda de la gran superficie con su oferta de marca blanca ligada a un coste inferior en la bolsa de la compra. De forma similar, esta pandemia nos ha mostrado lo frágil que es nuestra salud. Se disparará el interés del consumidor por aquellos alimentos que percibamos como seguros y sanos, y a ser posible que nos fortalezcan frente a futuras tragedias similares al COVID-19.
Pero habrá más. Esta crisis nos ha traído el teletrabajo que llega para echar raíces. Vamos a cocinar más en casa y a comer diariamente menos fuera de nuestro hogar. Los días de confinamiento han hecho volver a la cocina a millones de españoles que han descubierto que es posible compaginar trabajo y cocina. La restauración lo ha percibido e inmediatamente ha comenzado a servir comida a domicilio.
De forma similar el confinamiento ha disparado la compra online de alimentos frescos y multitud de pequeños comercios y grandes superficies han comenzado, o incrementado, sus ventas a domicilio. Y lo más importante, muchos consumidores le han perdido el miedo a esa compra a través del móvil o el ordenador. Este servicio a domicilio tiene múltiples aristas, pero una relevante es el nivel de seguridad que el cliente percibe en la entrega. Estoy haciendo referencia al envasado de estos alimentos frescos y de esa comida preparada. Habrá que hacer compatible la seguridad alimentaria con la sostenibilidad de esos envases, aunque mi apuesta es que a buen seguro el cliente primará la seguridad.
En todos estos cambios, la biotecnología jugará un papel relevante. No tendremos vacuna o tratamiento terapéutico para el COVID-19 sin biotecnología. Si llegan, estas soluciones serán transgénicas y quizás será el momento de mostrar a los que se oponen a estos desarrollos que no son la tecnología diabólica que muchos piensan, y que son igual de eficaces para acabar con una pandemia como para generar un cultivo transgénico que pueda ser más sostenible.
También habrá mucha actividad biotecnológica en todo lo relacionado con la alimentación funcional frente al coronavirus. Hace cerca de un mes, la consultora Mintel presentaba un análisis donde indicaba la preocupación de los “milennials” y de la gente de edad avanzada sobre que comer que mejore su sistema inmunitario. Si a ello le unimos que la compañía genómica china BGI hizo píblica a finales del pasado febrero su capacidad para secuenciar un genoma humano por menos de 100 dólares, esta epidemia puede ser el inicio del despegue de la llamada nutrición de precisión, una nutrición basada en el estudio del genoma y del microbioma del individuo.
Finalmente, la biotecnología también tendrá mucho que aportar en el desarrollo de esos nuevos envases que sean a la vez eficaces y sostenibles. En este sentido, quizás esta pandemia sea también el acelerador para la llegada masiva al mercado de plásticos como el PHA, producidos por vía biotecnológica.
Para ir acabando, me gustaría añadir dos temas más a esta reflexión. El primero hace referencia a la globalización. Esta pandemia puede ser un duro revés para este proceso de homogenización global. Muchas grandes compañías han percibido estas semanas la fragilidad de un sistema que ha localizado producciones exclusivas en algunas partes concretas del planeta. Todas ellas ahora piensan en no poner los huevos en una única cesta y muy probablemente veremos importantes cambios logísticos de relocalización de la producción en los próximos meses o años. Incluso podremos ver barreras a exportaciones aduciendo cuestiones sanitarias.
El segundo es el más importante de todos. Vuelvo al principio de estas notas. Frente a una clase política que no ha sabido estar a la altura de las circunstancias, hemos tenido unos sanitarios, unos cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado y un sector agroalimentario que han dado la talla con creces. Centrándonos en nuestro caso, los consumidores no van a olvidar a esos agricultores, ganaderos, vendedores de mercado o de comercios de barrio, ni a los empleados y directivos de esas industrias de transformación agroalimentaria, compañías de logística o grandes superficies que han trabajado día a día durante todo el confinamiento para que nuestra despensa estuviera llena. Es en momentos como estos en los que se gana la confianza del consumidor. Luego de lo sucedido, todo el sector agroalimentario se ha ganado el cariño, el respeto y el agradecimiento de todos nosotros.
Daniel Ramón Vidal
Académico de la Real Academia de Ingeniería de España.
Miembro del Comité Externo de la Comisión de Biotecnología de la EAMN UPV.